En redes circula un video de Xi Jinping y Vladimir Putin hablando de inmortalidad. Según la traducción, Xi (72) dice: “A los 70, todavía eres un niño”. Putin (también 72) remata: con biotecnología, podríamos trasplantar órganos una y otra vez y vivir “cada vez más jóvenes”, quizá para siempre.
La brecha entre ese discurso y la ciencia real es enorme. Repetir cirugías de trasplante no es la puerta mágica a una vida sin fin. El envejecimiento es tan complejo que ni siquiera hay consenso total sobre qué lo causa o cómo definirlo. Mucho menos cómo “curarlo”.
Cambiar piezas, ¿arreglo rápido?
La idea de Putin —reemplazar órganos gastados— suena intuitiva. Los trasplantes existen desde los años 50 y han salvado cientos de miles de vidas. Y hay pistas curiosas: en experimentos clásicos, unir la circulación de un ratón joven con la de uno viejo rejuvenece al mayor. ¿Por qué? Aún no lo sabemos. ¿Cuánto dura? Tampoco.
Luego está la realidad clínica: faltan órganos, las cirugías son mayores y la inmunosupresión de por vida te deja más expuesto a infecciones y ciertos cánceres. Como advierte Jesse Poganik (Brigham and Women’s Hospital), “las cirugías son buenas, pero no sencillas” y conllevan riesgos reales. Por eso, someter a alguien a trasplantes repetidos no parece ni viable ni deseable a corto plazo.
El plan B: reemplazos biológicos y sintéticos
La medicina lleva siglos cambiando piezas: de dedos de madera a prótesis de cadera, marcapasos, audífonos, implantes cerebrales y corazones artificiales. Ahora, además, crecen los órganos bioingenierizados: desde vejigas cultivadas en andamios de colágeno probadas en pacientes, hasta proyectos más ambiciosos.
Uno de ellos, liderado por Jean Hébert (ARPA-H), explora reemplazar gradualmente células del cerebro con nuevas, para “rejuvenecer” el órgano con el tiempo. Hoy son pruebas en ratones; está lejos de la clínica, pero marca un rumbo: sustituir sin entenderlo todo podría ser un atajo útil.
La ciencia lenta (pero sólida)
En paralelo, el camino clásico sigue: cribar fármacos en gusanos C. elegans, luego ratones, quizá humanos. Algunos compuestos alargan la vida en modelos, pero la traducción a personas es incierta y lleva años. Y en la trastienda, la química celular revela procesos que aún no cuadran. Con honestidad: para comprender el envejecimiento de arriba a abajo faltan décadas.
Por eso, investigadores como Sierra Lore viran hacia lo aplicable: “La sustitución es una vía interesante porque no exige entender cada engranaje del envejecimiento”. La pregunta deja de ser filosófica y pasa a ser práctica: ¿qué podemos reemplazar, con qué, cuándo y con qué riesgos?
Entonces, ¿y la inmortalidad?
Si por “inmortalidad” entendemos vivir indefinidamente jóvenes gracias a un carrusel de trasplantes, no. No con lo que sabemos ni con lo que podemos hacer hoy. Sí vemos avances concretos que mejoran años y calidad de vida: mejores prótesis, órganos biofabricados, terapias celulares, dispositivos que suplen funciones perdidas.
La visión política vende titulares. La ciencia, en cambio, construye ladrillo a ladrillo. Si hay una lección clara hoy es esta: reemplazar partes puede ganar tiempo y salud; entender el envejecimiento nos dará mejores herramientas. ¿Inmortalidad? Por ahora, sigue siendo más eslogan que medicina.